viernes, 12 de octubre de 2012

Almas en el Humo (2º Parte de 5)



Creía que no había lugar que no hubiesen tapado, trabado ó atado; pero de todas maneras hacía un esfuerzo por recordar cada uno de los recovecos, ventanas, puertas, ventiluces y huecos posibles.
Se secó el sudor de la frente, estaba íntegramente transpirado, la camisa pegada a la piel, los pantalones parecían pesarle toneladas y las botas ser de cemento.
Su hijo había intentado llamar a la policía, a la radio y a cada uno de los números de la libreta roja. Ninguno había contestado. Todo mientras su padre y su madre tapiaban las puertas y ventanas, junto con todo hueco visible y posible.
Fuera los murmullos se multiplicaban, los pasos distorsionaban el sonido de la brisa que entraba por debajo de la puerta.

El niño, sin que sus padres se percatasen, dejó el teléfono sobre la mesita y se arrimó a la puerta, se acostó en el suelo y espió por debajo. Apenas veía las sombras moverse con la luz naranja del atardecer, se arrastró un poco más y pegó la oreja a la puerta.
Los susurros se tapaban unos a otros, las sombras danzaban a pocos centímetros de la puerta. Dos de ellas chocaron, oyó un sonido sordo y luego un golpe fuerte y seco frente a él. Un ojo blanco se encontró con los suyos. Uno de los muertos que caminaban había caído frente a la puerta, con la vista clavada al chico que, asustado, quedó inmóvil. Vio abrirse la boca del muerto (creyó que era Cristian, el hijo de la maestra, tenía un año más que él), primero salió un borbollón de saliva ennegrecida. Repitió las palabras, ahora sin el líquido que impedía el camino de la garganta.
–...Junto a nosotros, en la niebla.
Al niño algo lo tomó de los pies y lo tiró hacia atrás.
–¿Qué estás haciendo boludo, sos loco? –su padre le hablaba con el grito contenido, lo que hacía que la cara le quedase roja como un tomate y se le hinchase la vena del cuello.
–Escuche que decían papá –le anunció el pequeño.
El padre le soltó el tobillo del cual lo había atraído así si, lejos de la puerta.
Se lo quedó mirando.
–¿Y? –indagó al ver que su hijo se quedaba callado.
Fuera el balbuceo se multiplicaba.
–Dijo, “junto a nosotros en la niebla”.
–¿Qué quieren decir con eso? –preguntó su mamá. Estaba llorando.
Sobre ellos caía la noche con inmediatez, uno de los dos gallos lanzó su grito habitual que se cerró de golpe en un silbido agudo. El otro también cantó, batió las alas y luego, volvió a oírse solamente el murmullo de los muertos y sus pasos pesados.
Rogelio se dejó caer en medio del piso de madera de la sala, se tomó la cabeza y la hundió entre las piernas.
“¿Que mierda hacemos ahora?”, se obligó a pensar.
Levantó la vista, su hijo de ocho años, con los pantaloncitos azules y medias blancas lo miraba esperando alguna palabra. Su esposa también lo veía con la bebe en brazos.
Agua bendita, cruces, rezos, plegarias, balas de plata, ajo, círculos de protección, pócimas.
Todo revoloteaba como insectos de verano sobre una lámpara, hacían ruido en su cerebro cuando chocaban con la luz. Pero nada tenía sentido. Ni siquiera esos muertos rodeando su casa.
Al menos no intentaban entrar.
Por ahora.
Se levantó de piso, estar así solo servia para inquietar su familia, para empeorar los estados de ánimo. Debía ser fuerte por ellos, tratar de mantener el control por más macabro que fuese lo que acontecía.
Se acercó a la ventana que daba al eucalital, de donde habían aparecido los primeros ¿seres?. Hasta el momento no se había animado a espiar que era lo que sucedía fuera, primero había tenido que tapar cada una de las puertas y ventanas, después, se había obligado a pensar que hacer. Parecía que no había nada por inventar, tal vez descubriría algo si miraba.
Su ojo tuvo que esforzarse para divisar algo fuera, espiaba por un hueco formado por las maderas que había improvisado como valla. Las sombras se movían con anómala lentitud para un ser humano, se tambaleaban y movían sus brazos como malos robots. Apenas abrían los labios para murmurar las palabras que había escuchado Julián. “Junto a nosotros, en la niebla”.
Algunos pasaban muy cerca de la ventana y todo se transformaba en sombras, al terminar de cruzar volvía la pequeña claridad de la luna superpuesta por algunas nubes nocturnas.
Fue después de que uno de los muertos pasó por frente a la ventana que lo vio, creyó que uno de ellos había quedado sin fuerzas o había terminado por morir del todo (si es que eso existía, morirse del todo). Pero no, no era como los otros.
Llevaba un sombrero parecido al de Ramón, pero el ala era más ancha y larga. Sus bombachas eran negras al igual que la camisa, llevaba un pañuelo oscuro y tenía los brazos cruzado al pecho.
No era uno de ellos.
¿Alguien que había oído que sucedía?
No lo reconocía como vecino. Más al norte estaba Don Victor, un citricultor reconocido en la zona. Pero no era él, al menos desde lejos no lo parecía. Además, estaba solo ahí, parado mirando la casa mientras los cadáveres andantes se paseaban cerca suyo.
Un brillo le iluminó los ojos. ¿O fue una engaño de su cerebro confundido?
–Solo vengan con nosotros a la niebla.
Se hizo hacia atrás del susto y cayó de culo al suelo, el corazón golpeaba con fuerza y los músculos temblaban. Uno de los muertos había hablado, no susurrado ni murmurado. Había hablado claramente.
Volvió a tomar coraje, se levantó y volvió a espiar por el hueco, creía que en cualquier momento se mearía encima. La frente se le había llenado de perlas de sudor y los párpados temblaban con una molestia que lo crispaba aún más.
Era la Elvira, la esposa del Alberto, la señora que hacía pastas caseras para vender. Estaba parada frente a la ventana, alejada unos metros por lo que Rogelio podía verla perfectamente de la cintura para arriba. Atrás, por encima de su hombro estaba el hombre extraño con los brazos cruzados al pecho.
La mujer volvió a abrir la boca, de ella cayó un líquido oscuro que le manchó el vestido sobre los grandes pechos apretados que saltaban por encima del escote. Rogelio contuvo el vómito.
–Nuestras almas están juntas, en un círculo eterno. Todo el pueblo, cada uno de nosotros está en el humo. –dijo con una voz gutural. Atrás, el hombre de negro movía la cabeza como si fuese el titiritero de sus cuerdas vocales.
La mujer volvió a caminar, alejándose en su paseo tambaleante.
Rogelio se corrió de la ventana, respirando entrecortadamente, tenía miedo... “que miedo”, se dijo. “Estoy cagado en las patas”.
¿Morirían esos zombies en algún momento? ¿se cansarían de caminar alrededor de la casa? ¿necesitarían comer y morirían de inanición? ¿Cómo podían morir si ya estaban muertos? ¿Estaban realmente muertos? ¿Intentarían entrar a la casa para convertirlos en lo mismo que eran ellos? ¿Quién era el hombre de negro y sombrero alado? ¿era un brujo, un fantasma, un demonio?
Las preguntas eran lanzadas por él y su esposa, Julián solo los miraba petrificado; no entendía que pasaba, pero sabía que no era bueno. Nunca lo era si la solución era encerrarse en la casa y tapiar las puertas y ventanas. Nunca lo era si fuera de su casa caminaban muertos vivos.

7 comentarios:

  1. Segunda parte de cinco, espero sea de su agrado y que pasen un buen fin de semana repleto de zombies :)

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  2. Magnífica introducción del hombre de negro y sombrero alado a la trama.
    Imagino una lucha sin cuartel entre el malévolo ser y sus secuaces zombis, versus la familia encerrada en la casa. Tiendo a imaginar un papel importante en el devenir de la historia en el pequeño Julián...
    No sé, veremos en la 3º parte si mis sospechas se vuelven realidad.
    ¡Excelente, Walter!
    El suspenso sigue, y me quedo por aquí -en el eucaliptal, tapado por la niebla- esperando la continuación.
    ¡Saludos!

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    1. Gracias como siempre Juanito... fijate que en el aucalital estés solo y nadie te respire en la nuca :)
      Saludos!

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  3. ¿Será un brujo, un demonio, un embaucador de almas?

    Me dejaste imaginando la situación...
    Mira que está buena la historia, Walter,a ver qué pasa, cómo se resuelve, por qué están así, ¿saldrán de la casa? ¿Y dónde ir?

    Buen fin de semana, abrazo

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    1. Gracias Verónica... esperemos a ver que sucede.
      Me pasa algo cuando escribo una historia, nunca sé como va a terminar (igual ya está lista je)
      Saludos!

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  4. me encanta como escribes Un abrazo fuerte

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